miércoles, 10 de julio de 2013

El día en el que aprendes

Navegando por la red, he encontrado este texto que he creído que valía la pena compartir: 

"El día que empecé a quererme, dejé de necesitar culpables. No tuve más necesidad de lanzar mis miedos a la cara de nadie. No fue preciso justificarme ni reprochar. Descubrí que la vida era inocente y no conspiraba contra mí.

El día que empecé a tenerme en cuenta, de repente no estuve ni encima ni debajo de nadie. Mis principios eran los míos. No necesitaba defenderlos ni imponerlos. Ni siquiera precisaba perpetuarlos en el tiempo, porque podía ir adaptándolos a mi crecimiento vital. Descubrí que no requería aprobar ni ser aprobado.

El día que empecé a considerarme mi propio compañero, no volví a estar solo. Ya no fue necesario mendigar reconocimiento ni sacrificar mi esencia. Me liberé de la necesidad de sentirme arropado y, paradójicamente, encontré más abrazos que nunca. Descubrí que, en realidad, la soledad medía mi propia ausencia.

El día que empecé a decir "no" cuando lo necesitaba y "sí" cuando lo sentía, dejaron de ser importantes los asentimientos o las negaciones. Entendí, a un nivel profundo, que el respeto no era fidelidad inquebrantable. Descubrí que cada entrega incondicional, estaba ocultando múltiples condiciones.

El día que empecé a ser yo, tomé conciencia plena de que no sabía quién era. No fue preciso tener una respuesta elaborada o un plan fijo. No fue necesario, nunca más, poseer certezas plenas. Y desde esa ignorancia patrocinada, comencé a ser un poco más sabio. Descubrí, que cuando me permitía vaciarme, estaba abriendo espacio para poder llenarme de cosas nuevas.

Sé que me quedan muchos nuevos comienzos en muchos días nuevos. Cada uno de esos días, una parte de mí morirá para que otras den a luz."

Luis Bueno

miércoles, 3 de julio de 2013

Problemas y soluciones

Estaba deseando que llegaran mis vacaciones. Mis esperadas y bien merecidas vacaciones. Después de todo un curso, con unas asignaturas duras de roer. Después de tanto esfuerzo y horas de dedicación, uno espera tener esos días en los que poder decir "Hoy puedo hacer lo que me de la gana sin sentirme mal, con la conciencia tranquila, sin nada pendiente". Incluso si sois como yo, os hacéis una lista con todo lo que un día, cuando tengáis tiempo, haréis.

Pues bien, llegó ese maravilloso y ansiado descanso. ¿Y qué pasó? Que con él volvieron todos los problemas que yo me había dedicado a apartar para resolver en otro momento porque entonces debía centrarme en el estudio. Algunos conflictos eran bastante recientes, pero otros en cambio llevaban tiempo esperando a ser resueltos.

Decidí entonces ocuparme de aquello que debería haber hecho hace tanto. Pero necesitaba un lugar tranquilo, un lugar para pensar, donde poder entender cuáles eran los verdaderos problemas y cuáles las verdaderas soluciones. Tengo la suerte de vivir bien cerca de un lugar desde el que se ve toda Barcelona. Y subí allí, libreta en mano para escribirlo todo ("Mi psicoanalista es mi máquina de escribir" E. Hemingway), prometiéndome que no bajaría hasta que hubiera llegado a alguna solución válida. 

Se trata de un lugar desde donde todo se ve con perspectiva, donde el aire que corre ayuda a aclarar las ideas y despejar la mente de lo que no te interesa. Se pueden ver dos partes diferenciadas de Barcelona. Yo las llamo la "parte de mar" y la "parte de montaña". 

Me senté primero en un sitio desde el cual sólo veía la parte de mar, y me puse a escribir todo lo que sentía y cuál creía que era el problema. Analicé cada una de las olas que habían llegado a mi costa, atormentando, yendo y viniendo sin pedir permiso.

Más tarde, el sol ya no me calentaba y decidí cambiar de sitio ya que allí corre el aire, y puedes llegar a pasar algo de frío. Me senté en otro lugar donde sí daba el sol y resultó que desde allí sólo se veía la parte de montaña. Allí empecé a escribir sobre las soluciones, analizando las posibilidades de escalar esa cuesta de problemas y cuáles eran las mejores y qué consecuencias podrían traer cada una.

Una vez encontré lo que creía más conveniente, me sentí mejor, liberada. Y también orgullosa. Orgullosa de haberme enfrentado por fin a esos problemas, y de haberlo hecho de esa manera. Me sentí "la dueña de mi destino, el capitán de mi alma" (como diría William Ernest Henley) y entonces decidí que ya podía regresar.

Aún no siendo del todo consciente, se puede decir que estaba meditando. Meditar no sirve sólo para relajarse, también puede servir para buscar soluciones. Y eso es lo que a mí me interesaba en ese momento, poder cerrar ese círculo de problemas, ponerles un fin con su debida solución.

Por que a veces nos empeñamos en pensar en el problema, y quizás sí está bien darle vueltas para conocer la causa y poder así evitarlo en el futuro. Pero tendemos a pensar demasiado en el problema olvidando que es la solución quién lo hace desaparecer.

La verdad es que no sé qué hubiera pasado si hubiera arrastrado tan sólo un día más todos esos problemas acumulados. De esto saco la lección de que hay cosas que no se pueden aplazar. Me doy cuenta de que quizás he vivido (desperdiciado) unos meses pasando por malas sensaciones cuando podría habérmelo ahorrado ya que el remedio era tan sencillo como pararse a pensar sobre ello y decidirse a encontrar una solución.

He oído a hablar ya a varias personas de los beneficios neurológicos que nos aporta la meditación. Os dejo un vídeo sobre este tema del programa Redes de Eduard Punset: